miércoles, 14 de septiembre de 2011

¡Premio, sorpresa!


Nos persigue, nos asusta, nos hace sentir ridículos, nos mata y nos humilla… la mala suerte señores, la maldita mala suerte.

En este planeta existen dos tipos de seres humanos, las personas que tienen buena suerte y las personas que tienen mala suerte. No contemplaremos el extraño sujeto con una suerte intermedia que aún existente no arrojará demasiada luz a nuestro estudio porque de cualquier forma no tienen un espectro demasiado representativo, ¿o han escuchado alguna vez a alguien decir?, “¡joder, qué media suerte tengo, me han tocado todos los semáforos en ámbar!”.

·  Los sujetos del tipo A: Desafortunados, desdichados, desventurados, infortunados, malaventurados, aciagos, cenizos, gafes…

A su paso llueven macetas y pianos de cola de los balcones, siempre se les pega el chicle en la suela del zapato, se queman con facilidad al sacar la pizza del horno, debido a su bajo baricentro son propensos al traspiés y a la ridícula caída siempre que el auditorio esté casi repleto, ejercen un fuerte magnetismo sobre los balones chutados a portería sobre todo si llevan gafas, los pájaros suelen defecar sobre sus vestimentas o cabezas, al servirse la leche desde el tetra-brick, ésta suele saltar por encima del vaso manchando la encimera a primera hora de la mañana, su TDT suele perder la señal cuando el programa está más interesante, orinar y estornudar son actividades que llevan a cabo a la vez con terribles consecuencias (solo hombres) y es usual que vean los conciertos a medias, desgraciadamente siempre les toca el alto-cabezón delante.



·     Los sujetos del tipo B: Afortunados, suertudos, bienaventurados, agraciados, dichosos, venturosos…

A su paso llueven flores, bragas y sujetadores, siempre pisan la mierda más seca pero la pisan, comen ensaladas y no se cortan picando cebolla, debido a su equilibrado baricentro son máquinas de practicar sexo con cola esperando al otro lado de la puerta, ejercen fuerte magnetismo sobre los billetes y monedas perdidas en las aceras sobre todo si llevan gafas de sol, tienen una inexplicablemente fuerte empatía animal, cuando se levantan lo primero que beben es zumo en botella de cristal, tienen Digital +, orinan sentados y son altos y cabezones los muy hijos de puta.

Si usted se enclava en los llamados “sujetos de tipo B”, tiene usted un problema. ¿De verdad qué no siente los pinchazos de odio en su nuca?, ¡Joder, qué puta suerte!. 

jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Y mi kimono? KIA!!!


El otro día viendo la película de Karate Kid (la de Jackie Chan y el hijo de Will Smith) me fijé en un momento de la película que me hizo retroceder en el tiempo. Veía como tanto Jackie como el chaval entraban a un monasterio Shaolin donde se impartían clases de artes marciales a cientos de niños en formación en medio de un patio gigantesco. Todos los zagales practicaban los mismos movimientos en una coreografía casi perfecta. Que gráciles, como gritaban al término de cada secuencia, como se empleaban a fondo y sudaban el kimono.

Nosotros los hombres siempre hemos experimentado cierta admiración por el mundo de las artes marciales, no todos somos fanáticos pero suele provocarnos esa sensación extraña y siempre se nos pasa lo mismo por la cabeza… “si me hubiera apuntado de niño ahora sería todo un judoka y estaría soltando guayas como panes”. Pero que va no lo hiciste y el siguiente pensamiento que se te viene a la cabeza es “mira esta lorza, ahora estoy demasiado mayor para aprender, mejor me apunto a nadar”, seguido de “voy a llamar a Juanjo para echar unas cervezas” todo esto mientras te enciendes un cigarrillo en el sofá.

Yo en Karate no duré demasiado, recuerdo la frustración que experimenté al entrar en el tatami y ver que todos mis compañeros vestían cinturón de algún color y la decepción tan grande de observar que había algunos de ellos con cinturones de alto nivel que ni eran gráciles, ni eran ágiles… Pero eso no bastó para abandonar mi aventura marcial.
En una de las clases practicamos compañeros contra compañeros sencillos golpes a la cara pero sin tocar, como sabrán a la hora de entrenar se utilizan unos guantes acolchados para no hacer daño en caso de contacto, pero el gimnasio estaba corto de material y alguien se iba a tener que quedar sin guantes ¿adivinan quién fue?, exacto mi contrincante que para más inri parecía que el espíritu de Bruce Lee había poseído su cuerpo.

¡Placa!, Puñete en el ojo, él sonriendo como pensando “¡Hostia que buena hostia le he calzao, ya se pegar hostias, hostia puta!”

No volví más.